lunes, 13 de mayo de 2013

La función de las crisis existenciales



Debido a nuestra resistencia al cambio solo nos atrevemos a cuestionar nuestra manera de entender la vida cuando llegamos a una saturación de malestar. Tanto es así, que el sufrimiento es el estilo más común de aprendizaje entre los seres humanos. Es la antesala de la denominada crisis existencial, un proceso psicológico que remueve los cimientos sobre los que se asientan nuestras creencias y nuestros valores, posibilitando nuestra evolución personal.

La función biológica del sufrimiento es hacernos sentir que nuestro sistema de creencias es ineficiente, y por lo tanto, está obstaculizando nuestra capacidad de vivir en plenitud. Es por eso que la adversidad y el sufrimiento nos conectan con la necesidad de cambio y evolución. Es decir, con la honestidad, la humildad y el coraje de ir más allá de las limitaciones con las que hemos sido condicionados por la sociedad para seguir nuestro propio camino en la vida.

Por eso se dice que las “crisis existenciales” son la mejor oportunidad que nos brinda la vida para dejar de engañarnos y salir de la zona de comodidad en la que llevamos años instalados.

Y estas crisis no tienen nada que ver con la edad, la cultura ni la posición social. De hecho, están latentes en cualquier persona que no se sienta verdaderamente feliz ni satisfecha con su existencia. De ahí que en realidad sean una maravillosa ocasión para atreverse a crecer, cambiar, evolucionar y, en definitiva, a empezar a responsabilizarnos de nuestra propia vida, de nuestras decisiones y de los resultados derivados de estas.

A esto se le llama madurez, la cual no tiene que ver con la edad física sino con la edad psicológica: la verdadera experiencia nace del aprendizaje y transformación, no de los años vividos.

No se trata de cambiar lo externo, que escapa a nuestro control, sino de transformar lo interno, que sí está a nuestro alcance.
El mayor obstáculo que nos impide evolucionar es quedarnos anclados en el papel de víctima. Y a pesar de ser totalmente ineficiente el victimizarnos es la filosofía dominante en nuestra sociedad.

Lo cierto es que para algunas personas es demasiado doloroso reconocer que son ellas mismas las responsables de lo que experimentan en su interior, así como de la forma en que están gestionando su vida. Por eso es tan común el miedo a mirar hacia dentro, así como la búsqueda constante de evasión, narcotización y entretenimiento con la que llenar desesperadamente el vacío existencial.

A pesar de no llevar una existencia plena, para muchas personas es superior el miedo al cambio que la necesidad de conectar con la confianza y el coraje que les permitirán salir de su zona de comodidad. Así, sólo cuando sienten que han tocado fondo y que no pueden continuar como hasta ahora, se plantearán un cambio de paradigma que les permitirá pegar el salto desde la victimización a la asunción de la responsabilidad de su  vida.

martes, 7 de mayo de 2013

El dolor



Es una sensación emocional y subjetiva que nace siempre en el cerebro.


Sin conciencia no hay dolor. Durante la anestesia, desaparece la actividad inductora del dolor en el cerebro, y por eso, no percibimos el bisturí del cirujano.

El dolor, tan importante para la vida, a veces, termina por convertirla en un infierno. Basta con una pequeña fisura en una muela para que una persona sufra un martirio casi insoportable y pida suplicando una solución inmediata al dentista.

Por otra parte, estamos acostumbrados a ver golpes y traumatismos en medio de distintas competiciones deportivas, donde la persona, a pesar de haberse fracturado la mano en boxeo, sigue compitiendo y haciendo caso omiso a la intensidad de dolor que supone tal lesión.

A la hora de averiguar el origen del dolor, la ciencia se ha enfrentado a un gran obstáculo. Al igual que la angustia, la felicidad o la tristeza son sensaciones emocionales y subjetivas, con el dolor ocurre lo mismo.

¿Qué es entonces el dolor? Parece ser que se trata más de un estado sensorial que de un fenómeno fisiológico. El estado de ánimo influye en la intensidad de la percepción del dolor. Cuando un daño físico se acompaña de angustia, el dolor es más intenso, mientras que si el daño se acompaña de buen humor, los sentimientos que se originan en el cerebro provocan una mejor comprensión de la situación y elaboran rápidamente formas de tratar y combatir el daño.

La experiencia del dolor, además de combatirla con medicamentos, puede hacerse de manera consciente y voluntaria. Esto se puede conseguir, por decirlo de una manera sencilla, con la fuerza del pensamiento. Un claro ejemplo para entenderlo es el del faquir, que acostado en su superficie de clavos, muestra comodidad e indiferencia ante las punzantes puntas que le sostienen. El faquir se inflige voluntariamente dolor, pero es capaz de controlar su duración e intensidad. Es a través de esta sensación de control como logra incrementar su tolerancia al dolor, consiguiendo así asombrar a cualquiera de sus espectadores. Sin embargo, si alguien le clavase un clavo en un momento de despiste, hasta el faquir más entrenado gritaría de dolor.

Cuando los medicamentos no funcionan
Cuando existe un estímulo doloroso en el cuerpo, éste llega al cerebro a través de las vías ascendentes, y al mismo tiempo, es activado el sistema analgésico que suprime el dolor, pero hay ocasiones en las que el dolor, al no ser tratado y eliminado, se hace persistente en el cuerpo, quedando gravado en el sistema nervioso, cronificándose y complicándose en gran medida su tratamiento.

Cuando los medicamentos no actúan en los dolores crónicos, la psicoterapia es la mejor opción para resolver el problema. La sensación de dolor y el estado anímico está tan íntimamente relacionada que la actuación directa en tal variable llevará a la disminución o eliminación de los síntomas dolorosos. Y es que todos los sistemas corporales que inhiben o refuerzan el dolor están sometidos al control del cerebro y de nuestra conciencia. Así, se debe aprender a regular la vivencia dolorosa de forma consciente y usar a nuestro favor nuestra más poderosa arma: el cerebro.

jueves, 2 de mayo de 2013

¿Qué es el trastorno bipolar tipo II? ¿En qué se diferencia de trastorno bipolar tipo I?



El trastorno bipolar tipo I se define por la existencia de episodios de manía o mixtos. No es imprescindible que curse con episodios depresivos, a pesar que es la norma general: aproximadamente el 90 % de los pacientes con trastorno bipolar tipo I sufren episodios depresivos.

El trastorno bipolar tipo II se define por la existencia de episodios tanto hipomaníacos como depresivos. Por decirlo de una manera sencilla, las euforias son más leves en el tipo II. Si un paciente ha sufrido un episodio de manía automáticamente ya se considera que padece un tipo I, aunque haya sufrido muchos episodios más de hipomanía.

¿Cuál es más grave, el tipo I o el tipo II?
En general, se tiende a pensar que el tipo I es algo más grave porque los episodios de manía son más graves que los de hipomanía. Y es cierto que los pacientes tipo I padecen más psicosis y requieren más hospitalizaciones. Sin embargo, el tipo II es más grave en el sentido de la recurrencia: tienen más episodios y más largos y pasan menos tiempo en remisión o eutimia (Se denomina eutimia a las fases de normalidad entre los episodios de manía o de depresión. Durante ese tiempo el paciente no presentan ningún síntoma y puede llevar una vida absolutamente normal, si se medica.
La duración de estas fases depende mucho de cada paciente y de la eficacia del tratamiento farmacológico y la psicoeducación).
Por tanto, no se debe simplificar. Cada subtipo tiene un tipo de gravedad diferente y en todo caso hay que evaluarla en función de cada persona.

¿Qué es la ciclotimia?
La ciclotimia es la forma más leve porque los episodios que se padecen son de intensidad leve, aunque son muy frecuentes. Consiste en la presencia durante al menos dos años de numerosos episodios hipomaníacos y episodios con síntomas depresivos pero que no son suficientes en intensidad y número para alcanzar la consideración mayor.

Aunque es un trastorno leve, no se debe olvidar que provoca dificultades considerables en el día a día. En el siglo pasado, algunos psiquiatras alemanes utilizaron el término de ciclotimia como sinónimo de trastorno bipolar. Aunque todavía quedan algunos profesionales que lo utilizan en este sentido, es cada vez más raro y no está reconocido por las clasificaciones vigentes.