domingo, 30 de septiembre de 2012

Trastorno Paranoide



El trastorno paranoide de la personalidad se define como una tendencia generalizada e injustificada a interpretar las acciones de las personas como deliberadamente malintencionadas, aunque no presentan síntomas psicóticos, como delirios o alucinaciones.
Las características de este trastorno son las siguientes:

Sospechan, sin base suficiente, que los demás los están explotando, dañando o engañando;

Están preocupados con dudas injustificadas sobre la lealtad y confianza de amigos o asociados;

Son reacios a confiar en otros debido a un miedo injustificado a que la información sea utilizada maliciosamente en su contra;

Creen ver significados ocultos degradantes o amenazantes en comentarios o acontecimientos benignos;

Guardan resentimiento de manera persistente; es decir, no perdonan insultos o desaires;

Perciben ataques hacia su carácter o reputación que no resultan aparentes a los demás y rápidamente reaccionan con enojo o contraatacan;

Sospechas recurrentes y sin justificación sobre la fidelidad de sus cónyuges o parejas sexuales.

Estas personas suelen culpar a los demás de los problemas en sus relaciones y no suelen ser conscientes de cómo ellos mismos contribuyen a crearlas. Por ejemplo, si continuamente acusa a su pareja de infidelidad, no es extraño que al final su pareja busque consuelo en otra persona, de modo que el paranoide ve confirmadas sus sospechas.

Suelen estar siempre atentos y vigilantes porque piensan que cualquiera puede atacarlos de un modo u otro en cualquier momento y necesitan defenderse de ellos. Perciben el mundo como una jungla de gente egoísta y sin escrúpulos en la que no se puede confiar. Por este motivo suelen ser bastante independientes, ya que la dependencia de los demás implica la posibilidad de que se aprovechen de ellos. También suelen tener conflictos con las figuras de autoridad.

Ante la conducta de los demás, sacan conclusiones rápidas y son reacios a considerar explicaciones alternativas.

Tienden a reaccionar con gran intensidad ante pequeños acontecimientos, ya que los interpretan como graves amenazas. Por ejemplo, tras un comentario inofensivo o una broma creen ver un insulto grave o un desprecio hacia ellos y reaccionan enfadándose y contraatacando.

Suelen ser incapaces de ver los aspectos humorísticos de las situaciones. En cierto modo es como si estuvieran constantemente en una situación de grave riesgo donde no hay lugar para bromas.

De un modo u otro, estas personas han desarrollado un esquema de pensamiento que se basa en los siguientes supuestos:

Las personas son malintencionadas
Atacan si les das la oportunidad
Para protegerse hay que mantenerse alerta

Estos supuesto los llevan a esperar constantemente engaños, traiciones y que los hieran, de modo que consideran necesario estar alerta. Este estilo de pensamiento los lleva a prestar más atención a aquellos aspectos que confirmen sus hipótesis mientras que no tienen en cuenta aquellos que las contradigan.

Si el paranoide se fija exclusivamente en las malas acciones de los demás, es fácil que siga pensando igual durante toda su vida.

Por tanto, están en guardia y a la defensiva, saltan por cualquier cosa y son beligerantes, de modo que no suelen caer bien a los demás y provocan en ellos hostilidad y rechazo (el tipo de conducta que preveían), lo cual, a su vez, contribuye también a perpetuar su trastorno.

Por otro lado, estas personas suelen dudar de su capacidad para advertir el peligro y para manejar las situaciones dañinas de un modo adecuado. Es decir, piensan que, dada su incapacidad para controlar las conductas o acontecimientos adversos, las consecuencias de dichos acontecimientos pueden ser catastróficas. Es decir, exageran enormemente el daño que los demás pueden llegar a hacerles. Aún así, no se ven completamente ineficaces (pues de ser así desarrollarían otro trastorno, como el dependiente), sino que piensan que si se mantienen siempre vigilantes, podrán detectar los indicios y protegerse.

Por tanto, su patrón de pensamiento podría esquematizarse de este modo: "Las personas tienen mala intención y es muy probable que me ataquen o intenten perjudicarme. Si lo hicieran, no me creo capaz de manejar esa situación adecuadamente y, por tanto, podrían tener consecuencias terribles, de modo que tengo que estar siempre alerta, no confiar en  nadie y mantener las distancias". Este esquema de pensamiento es el que guía su conducta.

No es mucho lo que se sabe sobre el origen de este trastorno, debido a que no suelen buscar ayuda y, por tanto, no es fácil encontrar grupos a los que estudiar, pero las distintas teorías explicativas nos pueden dar una idea sobre las diversas formas como puede generarse este trastorno:

Los malos tratos en la infancia y la falta de un amor coherente por parte de los padres.

El número de familiares con algún tipo de enfermedad psicótica es más frecuente entre los familiares de estas personas que entre el resto de la población, de modo que puede haber algún tipo de predisposición genética.

Los niños despreciado o humillados por otros niños, y cuyos padres les han enseñado que ellos son especiales y diferentes, pueden llegar a la conclusión de que los demás están celosos y desean hacerles daño por envidia. 

viernes, 21 de septiembre de 2012

La soledad



La soledad ha sido considerada como un problema clínico, que requiere de una terapia específica. El tema ha cobrado enorme importancia, ya que tiene una alta incidencia, tanto en la población en general como en personas que presentan algún grado de desajuste.

La soledad también se considera como uno de los posibles factores que causan otros desórdenes. Entre ellos depresión, suicidio y graves problemas médicos, como las enfermedades cardiovasculares.

Este problema había sido sistemáticamente negado como un trastorno que requiere de una atención seria, tal vez porque quienes lo sufren no siempre admiten que puede ser la raíz de otros males. O no quieren reconocerse como solos, debido a que experimentan vergüenza de sus sentimientos o de su inadecuación para superar el aislamiento.

Resulta fundamental para el terapeuta diagnosticar correctamente la soledad y determinar si en realidad existe. Porque muchas personas se definen como solas sin serlo en realidad.

¿Qué es la soledad?
Psicológicamente se define como la ausencia, real o percibida, de relaciones sociales satisfactorias, que se presenta con síntomas de trastornos psicológicos y desadaptación, como ansiedad, depresión, insomnio, abuso de drogas y alcoholismo.

Sufren de soledad los individuos que tiene carencia de:
Una persona afectuosa de quien depender.
Alguien que lo atienda.
Oportunidad de expresar sentimientos íntimos a otra persona.
Un grupo de amigos del cual sentirse parte.
Alguien que necesite de su amor, que lo desee físicamente.
Personas con quienes compartir valores e intereses, para compartir actividades recreativas.
Relaciones laborales.
Un sentido de confianza en los amigos íntimos.
Intimidad física en forma regular.

Es importante destacar que existe la soledad crónica en aquellas personas que no han sido capaces de establecer relaciones satisfactorias por un período de varios años y por lo menos a través de dos etapas de su vida, como podrían ser la adolescencia y la adultez joven; o la adultez joven y la edad madura.

También existe la soledad temporal, que incluye un estado de ánimo breve y ocasional de soledad, por ejemplo después del trabajo, o durante los fines de semana.

Los problemas de soledad se tratan en el mismo contexto en que se analiza la depresión.
El tratamiento por lo general incluye cambios conductuales específicos en la forma de iniciar y profundizar sus relaciones sociales del paciente, tanto en el momento actual, como antes de que surgiera el problema.

Por otra parte, los pacientes crónicamente solos a menudo revelan síntomas de depresión, como inactividad, pérdida de energía y pérdida de placer en actividades que para la mayoría resultan agradables. Se sienten aislados, diferentes a los demás; se quejan de que nadie los entiende; que a nadie le importan.
Esta actitud puede ser cambiada. Y el nuevo enfoque terapéutico para tratar la soledad como un problema clínico, permite desarrollar estrategias cognitivas y conductuales.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Afrontar la pérdida de un hijo


Perder un hijo es lo más duro y difícil que le puede pasar a una persona. Superarlo resulta muy complicado y será necesario el apoyo de toda la familia y sobre todo de la pareja para seguir adelante y volver a sonreír. Sin embargo, es una situación tan extrema que puede acabar con la propia relación de pareja si no se supera adecuadamente. En ocasiones, tener otro hijo ayudará a superarlo, aunque hay que saber cuándo es el momento adecuado para ello.

Cualquier muerte nos afecta en mayor o menor medida. Cuando es de una persona cercana o de un familiar aumenta considerablemente ese impacto. En el caso de un hijo, el golpe es una de las emociones negativas más fuertes que se pueden experimentar. Esa experiencia será distinta para cada uno de los padres, que vivirá la situación con iguales reacciones pero con formas particulares de mostrarlas o reprimirlas. Además, no se trata de un proceso con un inicio y un fin determinado sino que más bien se trata de algo continuo que permanecerá durante mucho tiempo, a veces toda la vida, pero que se puede hacer más sencillo de llevar si se trata adecuadamente.

Después de morir un hijo, se sufren diversas etapas y un abanico de sentimientos encontrados se alterna. Los sentimientos más frecuentes son la ira, la sensación de culpabilidad, la enorme tristeza y la presencia de pensamientos irracionales que pueden hacer pensar que se están volviendo locos. La culpabilidad, por ejemplo, se manifiesta como una falta de haber podido hacer algo que hubiese impedido el hecho doloroso; la ira o enojo suele dirigirse hacia quien se piensa es el causante de la muerte, incluso hacia uno mismo o a Dios. Pueden aparecer sentimientos de soledad, de aislamiento personal y social que impidan una comunicación adecuada de ese sentir.

Shock o parálisis. Es la reacción o conmoción momentánea cuando se recibe la noticia de la muerte. Se manifiesta a través de diferentes sentimientos: apatía, embotamiento, hiperactividad. Esta reacción nos defiende del impacto sufrido.

Alivio o relajación. Sigue al funeral y es de corta duración. Dura tanto tiempo como permanezcan los familiares y amigos con los padres.  Se caracteriza por expresiones de aceptación de la muerte, estado de ánimo alternante, entre tranquilo y llanto.

Resentimiento. Cuando los padres se quedan solos, llega el momento de la soledad, la inseguridad, la falta de autoestima, el sentimiento de culpa. Se tiene miedo al futuro y hay una pérdida total de interés hacia el mundo exterior. Hay que comprender lo que está pasando, es bueno que la persona llore y se desahogue.

Recuerdo. Durará más o menos según la persona. Se recuerdan constantemente los hechos acaecidos antes de la muerte. Deseo de recapturar las emociones y experiencias felices con el fallecido.

Reparación. Es un esfuerzo deliberado por reiniciar la vida sin el hijo perdido. Aparecen ideas positivas y racionales. Se cultivan nuevas aficiones, intereses y amigos.

Durante los primeros meses, el aspecto físico también se ve afectado, disminuyendo el tiempo de sueño, aumentando el cansancio, manifestándose pequeñas pérdidas de memoria y falta de concentración.  Esta forma de sentir es absolutamente natural dentro del proceso de duelo,  pero en el caso de permanecer con gran intensidad e interferir de forma significativa en la vida diaria debería ser consultada con un profesional que pueda ayudar a elaborar la situación y mostrarles la mejor forma de poder afrontar esa pérdida.

La primera idea a tener en cuenta es que, aunque resulte extremadamente doloroso, hay que permitir que los padres enfrenten el luto sin evasivas, permitiendo que las emociones y sentimientos se expresen sin reprimirlos. Si se sienten ganas de llorar que lo hagan sin pensar en qué lugar o momento están.

Si en ese momento había decisiones importantes pendientes de tomar, sería buena idea dejarlas para más adelante, en la medida de lo posible hasta que se sientan con la suficiente capacidad para tomarlas adecuadamente.

Intentar que nadie los presione o fuerce a tomar decisiones sobre las pertenencias de sus hijos, la habitación, ropa, juguetes, etc. Los familiares prestarán un mejor servicio dando apoyo emocional y respaldo que intentando ocupar el lugar de los padres, aunque sea con la mejor intención, ya que la elaboración de todo el proceso de duelo debe ser experimentada por ellos mismos.

La pareja debe intentar mantener una buena comunicación, tanto entre ellos, por ejemplo hablando acerca de su hijo, de lo que sienten cada uno por separado, como también a la hora de hablar con los demás, tanto médicos, como familiares o amigos.

No son muchos los padres que acuden a un buen psicólogo para solicitar ayuda. La mayoría no se da cuenta de la posibilidad de ayuda que se les puede prestar y de que se les puede enseñar tanto a manejar las emociones negativas que les atormentan y no les permite entender, fuera de su aislamiento emocional, social y personal, lo que ha ocurrido.

A veces, el dolor, la tristeza y la sensación de culpa son tan intensos y permanecen tanto tiempo en su vida que la misma cambia por completo, convirtiéndose lo que debía ser un duelo normal en algo patológico que necesita de la ayuda de un profesional.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Neurosis fóbicas


La fobia es un miedo irrazonable y desproporcionado que el sujeto experimenta ante ciertos objetos o situaciones. El miedo se desencadena siempre ante el mismo estímulo específico que lo provoca, pese a los esfuerzos del enfermo para vencerlo, comprende que el miedo es absurdo y patológico. Se denomina neurosis fóbica a aquella en que el síntoma dominante es la aparición de este miedo irrazonable ante un estímulo.

Los contenidos de las fobias son variados, y en los antiguos tratados de psiquiatría se incluían listas interminables de las posibles fobias y sus nombres científicos derivados del griego y del latín (agorafobias, claustrofobias, pirofobias, nictofobias, etc.) El paciente no tiene ningún interés aprender tales nombres. Hoy en la descripción del cuadro clínico se indica: “Fobia a las flores, a los mosquitos, a los espacios cerrados, etc”. Según sea el objeto manifiesto de la fobia.

La reacción fóbica, como los demás mecanismos neuróticos, aparece en cierta medida en los individuos normales. Durante la infancia son frecuentes las reacciones de pánico ante la oscuridad, la soledad, los perros, etc., que llegan a fijarse si el ambiente familiar es patógeno, formando estos miedos infantiles la base de una neurosis fóbica en la vida adulta.

La relación entre neurosis de angustia y neurosis fóbica es evidente. La diferencia esta en que en la neurosis de angustia la reacción de temor aparece espontáneamente, y en cambio en la fóbica la angustia brota ante un determinado estímulo, siempre el mismo.

El estímulo ante el cual surge la angustia es sólo su causa aparente; en realidad no es más que un sustituto, al que el sujeto ha desplazado inconscientemente la angustia derivada del estímulo latente, reprimido en el subconsciente y por tanto olvidado.

Así, en la fobia hay una causa aparente (el estímulo que provoca la aparición de angustia) y una causa real (el acontecimiento traumático olvidado que se simboliza en la causa aparente). Por ejemplo, una fobia a color rojo (causa aparente) puede encubrir un acontecimiento dramático de la infancia de la víctima, el asesinato de sus padres y quedó salpicado de su sangre. Una vivencia de este tipo es tan traumática que el psiquismo se defiende en ocasiones relegándola al subconsciente; en estos casos el sujeto la olvida pero permanece en el fondo de su mente. Cuando un estímulo por asociación de ideas puede resucitar este recuerdo (en el ejemplo, el color rojo) el psiquismo se defiende poniendo en marcha la reacción fóbica, que lo obliga a apartar el pensamiento del estímulo y rompe así la cadena que podría revivir el recuerdo traumático insoportable.

Las fobias tienen un carácter defensivo. El neurótico obtiene un beneficio de su fobia (en el ejemplo anterior le libra de revivir la escena), pero paga un precio excesivo (la claustrofobia puede impedir viajar en avión, una agorafobia fobia a los espacios abiertos puede coaccionar al neurótico fóbico a no salir de su casa, con las graves limitaciones que se derivan, etc).

Los síntomas de la neurosis fóbica aparecen en cuanto el sujeto se pone en contacto con el objeto de la fobia. Las sensaciones subjetivas son idénticas a las de la neurosis de angustia; desazón, inquietud, temor.

Si el individuo intenta sobreponerse a la fobia, aparece una desazón creciente y la angustia adquiere tales proporciones que puede llegar a provocar una reacción tempestuosa de temblores, gritos y movimientos desordenados, o de pérdida de la conciencia.
El tratamiento de las fobias es psicoterápico.
La psicoterapia (tratamiento que no recurre a psicofármacos) de las neurosis fóbicas consiste en seguir a la inversa el camino que va desde el trauma de origen hasta el síndrome fóbico actual, pasando por las etapas intermedias de desplazamiento, represión, substitución, sensibilización y proyección. Hoy se emplea mucho por su sencillez y eficacia la técnica de descondicionamiento de la angustia, según el esquema de la teoría del aprendizaje.